No es raro salir de IKEA con una sonrisa, aunque no hayas comprado nada. Recorrer sus pasillos es como caminar dentro de un tablero de Pinterest. En Colombia, y especialmente desde la apertura de IKEA Medellín, la tienda de IKEA Viva Envigado, ese recorrido ya es parte del fin de semana de muchos. Se ha vuelto casi una experiencia emocional: mirar, tocar, imaginar y claro, también comparar.
Comparar lo que ves con lo que tienes. Porque por más que ese sofá cama IKEA te haga ojitos, algo te detiene. No siempre es el precio, a veces es la historia que guarda tu sala o ese mueble heredado que ha sostenido cenas, lágrimas y sueños.
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Una publicación compartida por Lurdes, diseño de interiores desde la memoria (@lurdes.hogar)
IKEA Colombia tiene algo que despierta algo muy profundo
No es solo una tienda, es una experiencia. En IKEA no compras solo muebles, compras el momento en que te imaginas leyéndole cuentos a tus hijos bajo esa lámpara o trabajando desde casa en tu escritorio.
IKEA Bogotá no es distinta. Tiene esa misma capacidad de interrumpirte la rutina. Pero en medio de tanto estímulo, de tanta “novedad”, empiezas a ver tu casa con otros ojos. Como si la compararas con un escenario de revista. Pero justo ahí es cuando pasa algo bonito: recuerdas que tu casa también fue elegida pieza por pieza. Que ese aparador que lleva años contigo sigue firme. Y que lo que tienes no necesita verse como de catálogo.
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Cuando los muebles tienen alma, no necesitan etiquetas
En mi casa hay un mueble que no cabe en ninguna tendencia. No tiene líneas limpias ni patas nórdicas. Lo restauré hace años. Cada que paso por IKEA y veo algo parecido, pienso en lo fácil que habría sido comprarlo nuevo. Pero luego lo miro en casa y entiendo que ese mueble tiene otra cosa. No es mejor ni peor. Simplemente es mío.
Eso no impide que admire el diseño escandinavo, ni que me tiente más de una vez un zapatero IKEA o esa biblioteca IKEA que encajaría perfecto en el estudio. Pero cada vez me convenzo más de que no todo necesita ser reemplazado para ser amado. Que hay belleza en la permanencia, en lo que ya ha sido útil, en lo que te ha acompañado sin pedir nada.
IKEA me sacó una sonrisa y una reflexión
Un domingo cualquiera, sin lista de compras ni necesidad real, entré a IKEA Envigado por puro impulso. No iba por nada específico, pero salí con ideas, dudas y esa sensación que deja raro. Las cocinas montadas, las camas bien vestidas, los pequeños balcones con luces tenues… todo tan fácil de imaginar en casa.
Caminando por la zona de alcobas, casi toco una de esas camas IKEA que parecen prometer descanso instantáneo. Me imaginé cambiando la mía. Pero algo me detuvo. Tal vez fue el recuerdo de las veces que armé y desarmé mi cama actual o lo sólida que es, a pesar de los años.
Vi también una sección de repisas IKEA, minimalistas, flotantes, perfectas. Pero entonces recordé las que tengo en la sala. No tienen líneas rectas ni diseño sueco, pero las hice yo, con madera reciclada. Tal vez no compitan en estética, pero sostienen libros que valoro y objetos que amo y eso, al final, pesa más.
Mis muebles viejos me abrazan
Algunas noticias me hicieron repensar muchas cosas. Leí que parte de la madera usada por IKEA no proviene de fuentes del todo responsables. Que hay informes sobre tala sin control en ciertas regiones, y que no todo lo que parece verde lo es realmente. Eso hizo eco en mí. Me removió. Porque si algo busco desde hace tiempo es vivir más lento, más consciente.
Me pregunté si comprar muebles IKEA nuevos tiene sentido cuando los que ya tengo siguen firmes. Quizá no brillen en redes sociales, pero tienen algo más: historia. Han sido testigos de mudanzas, conversaciones largas, visitas inesperadas y siguen ahí.
Cuando paso por IKEA, hay piezas que de verdad me gustan. Las toco, las imagino en casa. Pero luego recuerdo que mis muebles viejos me conocen mejor. No compiten, no imitan. Son. Y eso basta.
¿De verdad necesito ese sofá cama IKEA?
Hay algo en la sección de sala que siempre me detiene. Un rincón con luz cálida, un sofá cama IKEA dispuesto como si en cualquier momento alguien fuera a llegar, abrir un libro y quedarse a dormir. Lo he visto en varias tiendas, pero ese día en IKEA Bogotá, me pasó algo particular: lo deseé. No por necesidad, sino por esa promesa de orden y belleza inmediata.
Pero después lo pensé mejor. No necesito otro sofá. El mío, aunque no se convierte en cama, ya ha sido testigo de más de una siesta improvisada. Es refugio, espacio de charla, rincón de lectura. No tiene ese look pulido de catálogo, pero tampoco lo necesita. Lo elegí, lo mantengo, lo quiero.
En el fondo, no es que IKEA no tenga opciones bellas o prácticas. Las tiene. Pero no todo lo que se ve perfecto en tienda encaja con la vida real. La clave, al menos para mí, es no comprar desde la ansiedad de cambiar, sino desde el deseo real de sumar.
Lo más lindo de decorar es que siempre cuenta tu historia
Cada casa guarda algo de nosotros. A veces en un florero heredado, a veces en esa silla que suena cada vez que alguien se sienta. No es cuestión de moda ni de lo último en diseño. Es cuestión de memoria.
Hace poco una clienta de Lurdes me enseñó una foto de su salón. Tenía una mezcla preciosa: una biblioteca IKEA en blanco mate al lado de un baúl de su abuela. El contraste era perfecto. No porque combinara, sino porque hablaba de ella y eso, al final, es decorar. No llenar espacios, sino darles sentido.
A Lurdes llegan muchas personas que quieren transformar piezas viejas y otras que nos cuentan que han comprado IKEA muebles porque necesitaban algo funcional mientras encuentran “el definitivo”. No hay juicios. Hay procesos. Cada quien arma su hogar como puede, como quiere, como siente.
Lo que intento decir es que no hay reglas. Hay gente que elige camas de IKEA por su diseño simple y facilidad de transporte. Otros prefieren recuperar una cama antigua porque es más estable, o simplemente porque fue la suya desde siempre. Todo es válido, siempre que lo que pongas en tu casa sea algo que te hable, que te abrace.
Si un mueble nuevo te suma, adelante, y si uno viejo te basta, también. La decoración no es una carrera, ni una meta, es un camino. Cada pieza cuenta una parte de tu historia. IKEA puede estar en esa historia. Pero lo que la hace tuya, solo tú lo sabes.
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